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A
mi amigo
Manuel Marticorena Quintanilla
En nuestra época la crítica funda la literatura. En tanto
que esta última se constituye como la crítica de la palabra
y del mundo, como una pregunta sobre sí misma, la crítica
concibe a la literatura como un mundo de palabras, como un universo verbal.
La creación es crítica, y la crítica, creación.
Octavio Paz.
A Samarem, 1918
Cuando en 1918 Rómulo Paredes (Chiclayo 1877-1961) publicó
el poema A Samarem, la conmoción entre los lectores fue tan grande
que, aparte del escándalo, estalló un poceso judicial en
su contra. El poema no posee el lenguaje fino ni el estilo esforzadamente
elegante del modernismo, sino la fuerza y el idealismo de una presencia
romántica. En él Rómulo Paredes denuncia el genocidio
cauchero contra campesinos e indígenas. Y algo curioso: llama "tribu
hipócrita y de idiotas/ sin moral y sin conciencia, imitando solamente/
de los pueblos superiores, las maldades y las ropas" a los grupos
de poder (comerciantes, clérigos y militares) que gobernaban Iquitos.
También difería el trato a los indígenas: entonces
tratados poco menos que como animales, esta vez son compatriotas, heroicos
y honestos. El aspecto anecdótico sólo refuerza el compromiso
político de Paredes. Sobrepasando las ilusiones de la Sociedad
Indigenista gestada en Lima, y adelantándose a Mariátegui,
corta de tajo los afanes del poder criollo y fuertemente feudal para proclamar
que sólo un gobierno de los indígenas (o desde ellos) podrá
construir un país grande. Su distinción no es, sin embargo,
racial o étnica, sino clasista: el indígena en tanto parte
mayoritaria de los trabajadores. Rómulo Paredes fue perseguido
y amenazado de muerte, y tuvo que huir de Loreto. Era juez, y como tal
denunció el genocidio (30 mil muertos en menos de 20 años)
del cauchero Julio C. Arana. Por su parte, como tantos héroes y
rebeldes indígenas, Samarem lo fue de los huambisas. Su lucha contra
los caucheros y los curas fue heroica, y el poema escrito en su memoria
tiene múltiples sentidos: ensayo de un estilo romántico
y rebelde, testimonio de una época de terror semifeudal y heroismo
campesino (entre nativos y mestizos ribereños), necesidad del poder
para un pueblo agraviado, precursor del indigenismo amazónico que
no tuvo seguidores en Loreto, y mucha valentía para escribir las
cosas claras, entre otros. El poema A Samarem es un canto fraternal y
único. Por su espíritu honesto y decidido, rebasa las intenciones
provincianas y mesocráticas de casi toda la poesía amazónica
posterior. Ni Lequerica ni Almeida, los más claros poetas amazónicos,
se atrevieron a tanto. Pablo Macera lo hizo en una de sus tantas y contradictorias
declaraciones al decir que en el Perú el poder debían tenerlo
los indios. Pero Rómulo Paredes no aportó una nueva sensibilidad
ni experimentó una nueva estética. Su visión intelectual
superó a su intuición artística. Para la amazonía,
sin embargo, fue fundador de la poesía social e iniciador de una
propuesta cuya osadía sigue siendo una incitación y un reto.
La búsqueda del alba, 1957
"En la búsqueda del alba/ el hombre tiene inevitablemente
cien pies/ cien manos/ y una estrella prendida en la memoria". Con
estas palabras Germán Lequerica (Iquitos, 1932) comienza su poemario
y da inicio a la moderna poesía amazónica. Atrás
quedaron los versos románticos, modernistas y folclóricos
de sus predecesores. Lequerica abre fuego limpiamente: lenguaje sencillo,
estilo libre y perspectiva popular. Abrasado por la pasión política,
supera ampliamente la belleza y concisión de Selva lírica
(1952), su anterior libro, texto triple donde se reúnen también
Hidalgo Morey y Daniel Linares. Entre la polémica que en Lima enfrentaba
a poetas puros y poetas sociales, Lequerica ensaya el compromiso sostenido
por la pureza. De ahí que su simbología transparente y musical
exija una sensibilidad mayor y una inteligencia despierta, al mismo tiempo
que registra sus límites en el hedonismo que fecunda la palabra
pero no la subvierte. La opción política de La búsqueda
del alba es evidente y comprensible. Su sencilla lucidez es sorpresiva:
"La protesta del hombre/ cuando surge/ tiene garras de cóndor
y fusiles". La revolución vendrá del campo. La protesta
es lírica y enojada. Los poemas denuncia el oportunismo y los errores
de los revolucionarios, y ensaya con límpidas metáforas
una poética de la política. La búsqueda del alba
no decae, pero sí los hombres. La estrella prendida en la memoria
implica voluntad y necesidad: la praxis poética confluye entonces
con la historia, y la propia poesía emerge bella y necesaria.
Noche de guardia, 1970
Los 18 poemas que integran este libro son suficientes para ubicar a Pedro
del Castillo (Yurimaguas, 1930) dentro de una tendencia ajena a la literatura
amazónica: la de la ternura. Poesía limpia de retórica
adjetiva, sus imágenes emergen de los utencilios médicos
y del dolor de los enfermos. Pero su sensibilidad no parte de un complejo
de culpa médico que pudiera explicar esta emoción, sino
de un corpus social bastante amplio: "la miseria tiene nombre/ y
apellido/ en la barriada", y "un buen día/ estallará/
sin dejar el menor/ rastro/ del polvo sobre el polvo". Su poema Diagnóstico
del desamparo es un dramático testimonio de comprensión
y solidaridad con el dolor humano. No todo es, tampoco, soledad abrumadora
del sufrimiento individual. El poeta médico comprende y comparte
las vicisitudes de su propia actividad: "¡Cómo me gusta/
el aire/ mezcla de pus y cloroformo!". Y más adelante: "Aquí
me complemento/ en cada antípoda./ Aquí siento la vida/
tal como es./ ¡Aquí me siento ser!". Cada día
es un duelo contra la muerte. El dolor constante encallece el alma, pero
la poesía la redime. Al final, no hay salvación para nadie.
A diferencia de César Vallejo, el dolor no es parte de la alegría,
sino el antecedente del fin. Del Castillo deja de lado entonces toda ternura,
y el conocimiento del dolor humano, en lugar de iluminarlo, lo derrota.
El poema Suicidio resume su última visión del mundo: "Y
muy tarde será cuando comprenda/ que su hora final está
llegando/ que el hombre/ incomprensiblemente/ está matando al hombre".
El drama social se vuelve personal. La suerte está echada y han
sido cerradas puertas y ventanas. Es el destino.
Composición del tiempo, 1992
Lo que no veo en visiones, 1992
La serpiente interminable, 1988
Del Ucayali su mágica Lupuna, 1989
Mirada del búho, 1987
Magias y canciones 1992
Memorias desde un otoño 1975
La casa sin puerta, 1983
Tirustamias, 1969
Moisés Bendayán Cacique (Iquitos, 19 ) no lucha contra el
idioma y el ritmo acartonado de la poesía tradicional, que sostiene
sus poemas, sino contra sus propios sentimientos. Entre los lugares comunes
de la poesía sentimental, alza la cabeza el embrión de un
enfrentamiento cultural que no se realiza. De origen judío (al
igual que Jaime Vásquez Izquierdo, Teddy Bendayán, Edery
Pinto y Juan E. Coriat), Moisés Bendayán dramatiza su interculturalidad
judía, católica e indígena asumiendo de antemano
la derrota. Muy lejos se encuentra de la profundidad lírica de
Jaime Vásquez Izquierdo, o de la serena y contemporánea
lucidez de Isaac Goldemberg. Su drama se vislumbra en su lenguaje: no
bucea en los experimentos del sefardí sino en un español
desmembrado de ritmo y novedad. Su poema "La muerte del buey",
que entreteje de otro poema del romanticismo tardío, refleja mejor
su pasión triste: "Y en los trágicos ojos del buey
muerto/ se advierte el verde de sus verdes pampas".
No a la posada lleva este camino, 1969
Poesía escrita con la sinceridad de la pasión. Igor Calvo
(Pucallpa, 19...) estalla de luz en el pantano. Habitante de su tiempo,
moderniza su estilo con metáforas precisas y ritmo abierto. Su
lenguaje fue, hasta cierto punto, novedoso para las letras amazónicas;
posee, además, seguridad estilística y una búsqueda
dramática de sentido universal. Por ello es libre y ardoroso: "¡Oh,
mano que recuerda, guante/ que diriges mi vida, amordaza este amargo/
silencio, y que los cauces secos/ no sean más/ camino, agua presente,
fuego!". La duda lo acompaña para afirmarse en la crítica.
Cuidadoso y oblícuo en su mirada pesimista, eleva su decisión
en los tres últimos poemas. Hay una ternura que no alcanza las
orillas de Pedro del Castillo, y una ironía narrativa por encima
de todo accidente. Ante todo artista, Igor Calvo no baja la guardia hacia
una poesía social o más humana, pero dedica su libro "al
heroico pueblo de Vietnam y a Javier Heraud". Un tanto lejanos resuenan
los ecos de la poesía de los sesenta, pero no así su limpidez
formal, que para el entorno amazónico destaca con luz propia.
Acuarelas de la tarde, 1990
Rosa fálica, 1983
Cocolichadas, 1916
Sombra de las horas definitivas, 1965
El secreto de los Sachapuyos, 1994
Sonaly Tuesta (Chachapoyas, 1972) ha publicado anteriormente la plaqueta
A pedido del público (1993), pero es con El secreto de los sachapuyos
que ingresamos en un universo poético cuyas referencias son prácticamente
ajenas a nuestra literatura: el departamento de Amazonas. Los recuerdos
de la infancia y los amores juveniles son metáforas de la vida
sencilla y sincera. Porque la sinceridad es la constante que atraviesa
el poemario, como un nudo de confesiones, y nos sumerge en derroteros
mucho más vitales que la otra poesía femenina amazónica
demasiado pesimista. Hay, ciertamente, como una emoción novedosa,
y un rastro de ironía que relativiza el mundo y los hombres, y
le da otra dimensión a su pensamiento. Por eso se enfrenta a la
realidad y no se calla. Con ternura. Con imaginación. Y con una
sensibilidad tan dulce que parece inagotable.
Sangama, 1942
Paiche, 1963
Días oscuros, 1950
El hablador, 1987
La redada
Cordero de dios, 1991
Las tres mitades de Ino Moxo, 1981
El viaje de la vida, 1986
Morir en la Pedrera, 1980
De Lima la ilusión, 1994
Oro verde, 1994
Novela de Magín Barcia Boria (Iquitos, 19...) que, siguiendo el
ciclo de narraciones de aventuras abierto por Arturo Hernández
con Sangama, nos sumerge en el mundo amazónico a través
de sus temas más caros: narcotráfico, petróleo, extracción
de oro, vida indígena y múltiples escenas amorosas. Una
novela que atrapa al lector de principio a fin, y rescata un elemento
importante para la novelística: la fabulación perturbadora,
la aventura, la ficción gozosa y emocionante. Su protagonista es
un descendiente de cauchero cuya profesión de ingeniero no ha anulado
su estirpe aventurera. A través de sus encuentros amorosos y justicieros,
el protagonista nos devela un mundo de insospechadas contradicciones,
la realidad loretana con sus vicios y defectos, sus fiestas y anhelos,
sin abandonar el intenso cariño por la tierra amazónica.
El lenguaje narrativo es funcional y sin ambiciones, pero se presta perfectamente
para el género aventurero. Y la narración, realizada en
tercera persona, huye de una exploración psicológica de
los personajes y abunda, más bien, en tópicos fácilmente
reconocibles del cine de Hollywood. Pero la novela, ante todo, entretiene.
Y sus novedosos paisajes para nuestra literatura son impresionantes. Por
eso creemos que la obra de Magín Barcia merece más que la
atención debida a su esfuerzo de hacer literatura. Y que, ojalá,
continúe con su imaginación desaforada.
El arco y la flecha, 199...
Huanamey, 1992
Expresiones, 1992
Melodías, 1986
Orquídea roja, 1992
Mi pueblo, 1990
El romancero verde, 1976
Mis poemas, 1984
Picachos amazónicos, 1991
Takinas,
Como tatuajes en la piel de un río
El otro universo, 1994
El universo sagrado, 199....
Warachicuy, 1976
Una puerta que perdimos, 1986
Cuentos amazónicos, 1958
Leyendas y tradiciones de Loreto, 1918
Sachachorro, 1942
12 novelas de la selva, 1934
El venado sagrado, 1989
Los hombres astados, 1986
Ensayos y confesiones, 1986
Ese maldito viento, 1984
El árbol de Tania, 1992
El ocaso de Ulderico el multiforme, 1986
Apuntes de viaje en el oriente peruano, 1905
La mesa ensangrentada, 1993
Pueblo y bosque, 1975
Mitos e historias aguarunas, 1974
Mil y una hogueras, 1990
La verdadera biblia de los cashinahua,
Con la voz de nuestros viejos antiguos, 1984
Nosotros los napu-runas
Duik Muun, 1979
Daunchuuk, 1994
Pai y Mai, 1990
Los piros, 1960
Poemas bajo el río, 1984
La venganza, 1924
Morir en Pucallpa, 199...
Vientos del olvido, 1998
Un título, Viento del olvido, y un autor, Manuel Marticorena Quintanilla
(Arma-Huancavelica, 19...), abren de pronto las puertas de una sensibilidad
distinta y novedosa para la poesía amazónica. En primer
lugar, porque el referente de todo el poemario es andino, incrustado en
el corazón de la selva amazónica. Lo cual es importante
de señalar si consideramos que la mayoría de escritores
locales ha intentado, desde la magia, el folclore ribereño o la
imaginería indígena, expresar un sentimiento o una identificación
amazónica. Que Manuel Marticorena insurja desde la óptica
andina parece obedecer, más bien, a criterios no regionalistas
sino literarios. No describe la selva húmeda. No intenta teorizar
sobre los caracteres del hombre amazónico y su supuesta tipicidad.
Y no habla, en fin, sobre esta región pródiga y calurosa
donde radica. Pero su sentimiento sobre la selva está allí,
late describiendo otros rincones, emerge tímidamente con otros
rostros y otros nombres. Poesía de la memoria o canción
de la nostalgia. Lo cierto es que Marticorena recorre con la mirada del
recuerdo a los amigos, familiares y paisajes de Arma, su pueblo natal.
El aire frío de los Andes se desprende de sus imágenes sencillas.
Y el calor humano que lo envuelve todo. Y el sincero clamor de justicia.
He allí los tópicos comunes de una primera lectura. Pero
si recordamos Composición del tiempo de Armando Almeida, comentábamos
que inauguraba para la poesía amazónica otra sensibilidad,
otro aliento. Sus referentes ribereños y campesinos se acercan,
ahora, al universo campesino de Marticorena, y confluyen en una misma
voz, acaso en un mismo sentimiento. Viento del olvido permite la continuidad
de esta experiencia, de la que no se hallan ausentes poetas como Carlos
Fuller y Eleazar Huansi. Poesía popular, ciertamente. Pero bella
poesía. Referirse a realidades andinas pero expresar un sentimiento
amazónico puede parecer una afirmación incómoda.
Sin embargo, más allá de los lugares comunes y los griteríos
chovinistas, no lo es. Más aun si constatamos que las experiencias
que interesan al poeta no son las urbanas ni turísticas, sino las
marginales, las de los campesinos y ribereños, con quienes convivió
muchos años antes de establecerse como catedrático en Iquitos.
Manuel Marticorena ha sabido comparar, diferenciar y establecer semejanzas
y afinidades. Poesía andina dentro de la selva, ¿por qué
no? O acaso poesía amazónica de carácter andino.
En todo caso, una poesía que conjuga los sentimientos más
nobles de los hombres con la ternura cálida de la palabra creadora.
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