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A la orilla del río |
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Vuelvo
sobre mí y encuentro un mundo.
EL PRIMER mes de su estadía en Betaneti transcurre tranquilamente. La serenidad de la vida entre los shipibos tiene la misma magnitud de la naturaleza que les rodea. Los hombres que trabajan con ella no tienen, en cambio, las exactas características que había aprendido de memoria en sus numerosas lecturas. Estas reflexiones la convencen para llevar un Diario: "Algún día, que ojalá sea pronto, me iré a vivir con los nativos para trabajar, para enseñar, para vivir de manera diferente a como me han formado -y malformado- en la escuela y la ciudad, y pueda alcanzar una forma más digna y justa de vivir". ¿Estaría
bien escribir así? ¿El sentido afirmativo de estas frases
no sería inútil al no retratar las dudas, los temores, las
confusiones, es decir, la riqueza de contradicciones de su vida interior
y el derrotero que una de sus ideas iba construyendo hasta alcanzar lo
que conocemos como decisión? ¿Cómo escribir?
Tonia cierra el cuaderno donde apenas ha comenzado a escribir su Diario
y cierra también los ojos. Es de noche. Está metida en el
mosquitero y la débil luz de la lámpara de kerosene ilumina
su cuerpo semidesnudo y tibio. "¿Has visto las fotos de los niños nativos que aparecen sonrientes y felices, mientras su padres regresan contentos de la chacra? ¿Y te han hablado del mundo mágico y mítico de los indígenas, de que viven satisfechos y alegres con su propia lógica y manera de pensar? Todo ello es falso, es irreal, es pura mentira. Los niños nativos se mueren de hambre, están etecos y raquíticos como los niños africanos. Nadie cree en magia y los mitos sólo son para ellos mismos historias maravillosas. Apenas llega un bote o una canoa, la gente se precipita a pedir pastillas, jarabes, inyecciones. La gente se muere de hambre, repito. Casi nadie llega a viejo. De aquí a Pucallpa son dos días de viaje; mientras tanto, el enfermo fallece. Sólo las fiestas y algunas costumbres mantienen la idiosincrasia nativa. Después, es confuso, es una mezcla de costumbres foráneas o urbanas, que ellos creen mejores. Muchas comunidades se han organizados en federaciones. Pero ¿es eso suficiente? ¿Qué se debe hacer? El hambre no respeta a nadie. El Estado no ayuda. Nadie ayuda. Realmente la estamos cagando, estamos destruyendo sus vidas pero pensamos que somos sus salvadores".
Tonia cierra nuevamente los ojos y ensaya una mueca de satisfacción.
Acaso después sus ideas se irían aclarando y su propia crítica
ganaría en profundidad y lucidez. Relee lo escrito, corrige algunas
incorrecciones gramaticales y tira el cuaderno al pie de la cama.
LA MAÑANA la despierta sudorosa y abochornada por el calor que
la aplastaba desde la noche, sin viento ni brisa, sin la caricia fresca
de la madrugada que algunas veces le había hecho levantar muy temprano
para sentir ese friecillo sobre su cuerpo y su rostro. Apenas ha terminado
de lavarse la cara en el lavatorio de plástico que ha acomodado
sobre su pequeña mesa, cuando el murmullo y luego el griterío
general se confunde con los quiquiriquís y ladridos lejanos. "LO PRIMERO que debo decirte, querido amigo, es que me disculpes el hecho de que esta carta no llegará a tus manos, pues deberé romperla apenas la termine. Mi situación aquí en la ribera es harto desesperante. Sabrás que aquí no hay luz eléctrica ni ninguna comodidad a la que estamos acostumbrados en la urbe. Pero lo peor no son estas pequeñeces, sino el que una tenga que descubrir recién aquí, en un lugar donde es imposible romper la monotonía cotidiana, el significado de mis indecisiones y dudas. Es cierto que quiero salir de Iquitos, quiero dejar por largo tiempo el tipo de vida que he llevado con los amigos, la familia, el trabajo, que ahora ala distancia lo veo demasiado superficial e hipócrita. Como ves, soy clara respecto a lo que no deseo y critico. El problema surge al buscar la alternativa. ¿Es la vida indígena mi destino, quiero realmente vivir con ellos? Yo no sé si tengo la fuerza que tuviera algunos científicos y artistas de irse a compartir otra cultura. Sé que otra educación y otros valores podrían remover la pasividad escandalosa en que ahora se encuentran los nativos, hasta encontrar su propia rebeldía y la justicia con sus propias manos. Pero ¿soy yo capaz de sacrificar mis primeras ambiciones (que ahora las veo imprecisas y borrosas) por ayudar a otros? No, yo no tengo espíritu de sacrificio. Y sin embargo, debo hacerlo, porque tengo que darle sentido a mi vida. Cuando leí la frase que Mariátegui le dice a su esposa, "la vida que te falta es la vida que me diste", supe que yo nunca podría ser como ella. Tú me dijiste que para emprender estas tareas, a las que llamaste heroica y superior, se debía tener otro temple, otro espíritu. Esa frase la recuerdo siempre y vive conmigo. Pero te olvidaste de decirme (de explicármelo para que lo comprendiera sin el romanticismo fácil que ahora me atormenta) dónde debía templar mi espíritu, en qué arenas debía librar la dura batalla para forjar mi alma y hacerla inmune a las debilidades que nos tientan a diario. ¿En las largas discusiones con los amigos y compañeros de trabajo, en los cafetines y bares, durante las clases o a través de la lectura constante e inacabable? La respuesta deberé encontrarla yo misma, te lo prometo. Deberé encontrarla antes de mi regreso a Iquitos y entonces te buscaré, te encontraré y charlaré largamente contigo. Ahora mismo te recuerdo mucho, tus palabras nuevas, tus ojos enamorados. Pero esto no lo sabrás, no te lo diré. Ahora quiero hablarte de mi último descubrimiento. Hace unos días tuve una terrible experiencia donde la muerte rondaba callada y retadora. Una víbora había mordido a un niño y, cuando los padres de este niño me pidieron que lo ayudase (pues pensaban que yo, al provenir de la ciudad, tendría medicinas, sabría curar), no supe hacer nada, apenas un corte en la herida y una succión rápida. Mi impotencia me hizo llorar todo ese día y aun ahora no puedo contener algunas lágrimas. Sentí mi vida completamente miserable y vacía al no ser capaz de ayudar con algo concreto y urgente. Pero no lloré sólo por eso, recordado amigo: lloré porque me di cuenta que mi actividad profesional ni siquiera tenía la importancia de una simple curación. Ni la importancia ni trascendencia con que en otros oficios se revela la pasión por servir y ser útil a los demás. ¿quiere decir con esto que la enseñanza no tenía para mí el mismo valor que, por ejemplo, la medicina? No, eso sería una estupidez. Lo que quiero decir es que la enseñanza no ha llenado por completo mi alma, que mis aspiraciones conscientes e inconscientes han tomado diversos derroteros y no se conforman con un solo camino (recuerdo que una vez me dijiste en broma que tu corazón era demasiado grande para quererme sólo a mí). También quiero decir que sí, que la educación a su vez es un oficio corruptor y degradante por los contenidos que acarrea. Sí, es inferior a la medicina, a la alquimia, a la poesía, por las mentiras que multiplica y las injustas diferencias que impone como si fuese natural. Tú lo sabes. Yo también lo sé (y lo denuncié en mi tesis, ¿la recuerdas?). Y todo esto me lleva a una sola conclusión que no deseo mencionarla, pero debo hacerla para que veas los alcances de mi propia lucidez: la única forma honesta de ser profesora es derribando los contenidos falsos que pasivamente transmitimos a los alumnos, dinamitando los ídolos de barro, los falsos héroes y la falsa moral, echando abajo las miserias de la educación y reemplazarla por una visión certera, justa y vigorosa de la via. ¡Si yo tuviera tiempo para escribir mi historia de la amazonía! ¡Si yo pudiera escribir la verdadera historia de Iquitos, llena de hipocresías y aberraciones, pero también de sacrificios, bondades e inteligencia! Pues bien, he aquí mi vida pendularia, mi forma de ser y no ser, mi manera de quererte y no quererte, de decir tonterías y cosas acertadas. Pero ¿quieres que te diga un secreto? A veces me arrebata la pasión, la fuerza instintiva o el mero gusto que no sé controlar. ¿Soy caprichosa, engreída, o es el mundo oscuro que quiere imponer su autonomía sobre mí? No soy lo suficientemente coherente. Mis contradicciones me aplastan y lo mejor sería llevar una vida simple, tranquila y llana, sin complicaciones y sin nada ni nadie especial que me exija responder según una obligada consecuencia. Ahora me gustaría tenerte a mi lado, de verdad, y abrazarte como no lo imaginas. Pero me despido, justo cuando cae la lluvia tan continua y refrescante como a veces me parecen tus palabras".
TONIA RECORDARIA los febriles momentos de tensión mientras aguardaba
la noticia salvadora. El solo hecho de que el niño sobreviviera
tantos días a la mordedura de la víbora le hacía
creer que la posibilidad de vivir, de recuperarse era un extremo grande.
Pero también la asaltaba (sólo durante unos segundos tan
exactos como el arribo de la muerte) el increíble miedo que esta
vez sentía dominante y que acaso nunca la abandonaría cuando
la desgracia se abatiera sobre ella o sus seres queridos. Y recordaría
también cuando el mueraya había llegado desde otro caserío
y sin reconocer ninguna otra autoridad ordenó rápidamente
el traslado del niño a una chocita solitaria, donde no debía
ser visto por nadie durante varios días. Hizo sus preparados de
hierbas, raíces y lianas cuyos nombres Tonia no podía recordar
y, sólo, se encargó de la curación, de los cantos
y las tomas de ayahuasca para internarse en los mundos que ahora, en su
aplicación cotidiana y utilidad inmediata, a Tonia le parecía
distintos de cuando con sus amigos tomara el ayahuasca por el puro placer
de la experiencia. HAN TRANSCURRIDO tres meses y Tonia tiene listos sus maletines. Varios amigos han venido a despedirse de ella y a dejarle pequeños regalos. Mientras espera la llegada del bote que la llevará a Pucallpa, Tonia relee su Diario: "Faltan dos días para irme, apenas dos días. Nunca he sentido tantas ganas de volver a Iquitos. Cuento los días, cuento los minutos. Ayer me pasó una cosa tremenda. Había llegado el director de una escuelita cercana y me invitó a tomar café en su casa. Yo acepté de inmediato, porque figúrate no haber probado café ni pan durante tres meses y esta oportunidad no la iba a desaprovechar. El problema era que su casa quedaba en otra comunidad, a media hora de caminata a través del monte. Fui con dos amigos a quienes hice prometer que me traerían de regreso, y ya en la casa del director me tomé dos tazas de café y me comí varios panes. ¡Ah, qué delicia! ¡Cómo el paladar parecía volver a la vida! ¡Cómo mi cuerpo parecía renacer con solo imaginar que pronto estaría de vuelta en Iquitos, tomando leche, comiendo bizcochos, bailando, viendo televisión! Y toda esta emoción a través de un par de tazas de café. Qué cosa más rara, ¿no? Allí charlamos y reímos con tanta alegría que, cuando nos dimos cuenta, ya era de noche. Pucha, qué jodido es caminar en la oscuridad, en plena selva. Las luces de la linterna le daban un aspecto más siniestro a la trocha por donde pasábamos. Había un ruido que no puedes imaginar. Sapos, ranas, aves, grillos, como si todos los animales estuvieran discutiendo o debatiendo leyes. Lo que a mí me paralizaba era el miedo de cruzarme con una víbora. ¡Le había agarrado un asco, un temor a este animalejo! En cada rama creía ver una víbora esperándome. Avanzábamos lentamente, yo gritando a cada rato, asustada de todo. ¡Y para colmo, a mitad de camino, la lluvia!, porque en el calor de mierda que hace no se puede trabajar. En cambio cuando llueve se refresa todo y el ambiente se hace propicio para leer, escribir, descansar, dormir. Pero justo empezó a llover con todo y su madre mientras caminábamos en plena selva, y eso sí fue la cagada. Te lo voy a resumir: me tropecé, me arañé, me caí, me golpeé, gritaba como una condenada y mis amigos cómo se reían de verme así, mojada, hecha un desastre y requintándole a los mil demonios. Claro que cuando llegué a casa sana y salva, la risa que me dio de todo lo que había pasado. ¡Y todo por un poco de café! Qué cojuda e la gente, ¿no?
Tonia cierra el cuaderno y sonríe por el nuevo espíritu
que descubre en sus líneas. Introduce un extremo del lapicero en
su boca y medita. ¿Esa alegría es producto de su próximo
viaje, o es que realmente ha encontrado sentido a su vida en su convivencia
con los shipibos? Abre el cuaderno nuevamente, pues ha sentido la urgencia
de escribir. Hubo risas, protestas, silencios, sorpresas. Eran 'clases' formidables, donde por fin se hablaba de ellos y no de un extraño que se suicidaba arrojándose al mar con su caballo. Pero todo esto ocurría por las noches. En el día nos íbamos con los alumnos a acarrear palos, horcones y el material necesario para levantar el local de una posta médica, que luego llenamos con hierbas y plantas medicinales, y enviamos comisiones para solicitar en la ciudad pastillas, remedios y todo tipo de medicinas. Le peor para mí fue no poder resolver (¿y cómo iba a hacerlo yo, ignorante y advenediza?) el litigio que los shipibos tenían con los colonos, quienes les habían quitado sus tierras sin más trámite que la fuerza. Como eso ya era política del gobierno, no pude hacer nada. Pero además logramos realizar con mayor frecuencia el trabajo en mingas para mejorar la productividad de las tierras, e hicimos planes para formar granjas de aves y peces y si se pudiera también de vacunos. ¡El tiempo fue corto para tantas ideas que empezaron a brotar de nuestras cabezas! Daban ganas de quedarse y seguir trabajando en este sentido. Ahora me pregunto si me duraría la efervescencia de querer cambiar las cosas, la fuerza para aguantar el continuo trajín y, sobre todo, la alegría para mantenerme segura y contagiarla a los demás. La verdad, creo que no. Porque apenas advertí que me faltaban pocos días para mi regreso, empecé a contar las horas y los minutos, y creo que mis sentimientos se mezclaron y a última hora, momentáneamente, triunfaron mis ganas de volver a mi mundo. No se puede odiar algo sin haberlo conocido, y el amor terminado perdura para siempre en un rinconcito de nuestro corazón. Venció la nostalgia, es cierto. Pero venció también mi necesidad de decidirme en la misma Iquitos, en medio de todo lo que quiero renunciar. He aprendido que los cambios no son absolutos ni se dan de improviso ni al instante. He aprendido que sólo aquí, luchando en esta arena de conflictos personales y proyectos concretos, dudando, cayendo, retrocediendo, levantándome y avanzando, era posible templar mi nuevo espíritu. He aprendido que no basta vivir con los nativos años y años (¿acaso los sacerdotes y otros religiosos no lo hacen para ganarlos a sus creencias?), es necesario principalmente, creo, y si me equivoco me corregiré siempre, trabajar en la dirección de sus aspiraciones vitales. Y te juro que las aspiraciones vitales de los shipibos son las mismas que las de todos los pueblos del mundo encaminados hacia una vida digna y generosa, sin lo oprobios que ahora nos maltratan. Discúlpame si te hablo así, con esta ingenua solemnidad. Estoy excitada y te escribiría largamente y te contaría mis teorías si no hubiera visto que en estos momentos acaba de atracar en el puerto el bote que me llevará a Pucallpa. Lo que te he contado es poco en comparación a lo que hemos hecho todos los días en Betaneti, sin mencionar los diarios tropiezos y las desalentadoras dificultades. A mí y a ellos nos toca reflexionar en qué acertamos y señalar cuáles fueron nuestras burradas. Espero volver aquí. Espero que no me expulsen y pueda regresar el próximo año, y, si es así, entonces me quedaré a enseñar como simple maestra de escuela. Pero no me creas todavía. Hay muchas cosas que quiero discutirlas contigo. ¡Carajo! ¿Por qué todo no puede ser más simple y sencillo? ¿Por qué la vida tiene que ser tan complicada? Bueno, allá vienen por mis cosas". Tonia cierra una vez más el cuaderno. Llegan hombres que la saludan y bromean y se llevan los maletines sobre sus cabezas. Tonia mira el río, observa el horizonte verde que se pierde a lo lejos. "Me faltó decirte una cosa. Todo lo escrito acá no podrás leerlo. Este diario puede ser (como no) un testimonio personal de alguna importancia. Pero nada de lo escrito podrá compararse a lo vivido".
Se levanta de un salto y en un rincón de la casita le prende fuego
al cuaderno. Se detiene a sacudir las hojas carbonizadas y las cenizas.
Enseguida sale. El sol le da de lleno en la cara y le empaña los
ojos.
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